Probablemente, los pediatras piensan que el cambio más importante que se produce en el momento del nacimiento es el comienzo de la respiración autónoma y la adaptación del aparato circulatorio a la nueva situación; sin embargo, también se producen otros cambios más sutiles, que no son evidentes a primera vista, pero que tienen una trascendencia enorme en la vida de los seres humanos.
Estos cambios se han detectado recientemente, gracias a la disponibilidad de herramientas que permiten explorar el fenómeno de colonización del ser humano por una microbiota, una flora que lo va a acompañar el resto de su vida, la cual tiene repercusiones muy importantes en todos los sistemas y aparatos del organismo.
Durante el embarazo el lumen intestinal es estéril y tiene una baja tensión de oxígeno, porque recibe oxígeno a través de la placenta. El recién nacido empieza a adquirir una microbiota, que al final es propia de cada ser humano, a partir de la microbiota fecal materna y este proceso puede incluir incluso probióticos que la madre haya recibido, como se demostró en forma reciente en una publicación de una revista norteamericana.
Las primeras bacterias que llegan al colon en el momento de nacer son enterobacterias microaerófilas, que consumen el escaso oxígeno restante en el lumen intestinal y producen un ambiente favorable para el desarrollo de los anaerobios. Este proceso es muy especial, porque varía si la vía del parto es vaginal o por cesárea; de hecho, el porcentaje de individuos colonizados es mayor en el parto que ocurre por vía vaginal.
Después se produce el fenómeno más extraordinario, dado porque la leche materna estimula la colonización de ese lumen sin oxígeno por una flora muy especial, con un predominio de lactobacilos y de bífidobacterias. Esta flora especial cumple muchas funciones, dentro de las cuales destaca, por su importancia, la protección del lactante contra una serie de enfermedades, de las cuales una de las más temidas es la diarrea aguda. Es decir, se produce un ambiente en el tubo digestivo que impide que un enteropatógeno lo colonice mientras el niño es amamantado.
Se podría pensar que un recién nacido difícilmente se va a colonizar o infectar por un enteropatógeno; sin embargo, hace unos años realizamos un estudio en dos maternidades, una de nivel socioeconómico muy elevado y otra de nivel bajo, en el que se incluyeron 57 recién nacidos en los que se tomaron, durante todos los días, muestras de meconio, de deposición de transición y de deposición normal, realizando cultivo y búsqueda de rotavirus.
En este estudio se observó que, durante los primeros siete días de vida:
En resumen, durante los primeros 7 días de vida hubo un paso de enteropatógenos importante, pero ninguno de estos niños presentó diarrea, por lo tanto, de alguna manera la leche materna y la condición de ese intestino inmaduro defienden al niño contra el paso de agentes enteropatógenos.
La leche materna tiene varias características que defienden al niño y le permiten establecer una microbiota particular. La primera es su bajo contenido de proteínas y sales minerales, por lo cual su capacidad tampón es muy leve, lo que permite que si se produce algún ácido graso de cadena corta, se acidifique el medio. Estos ácidos se producen porque el recién nacido ingiere un alto contenido de lactosa, pero durante los primeros días tiene muy baja actividad de lactasa.
Otra característica es la presencia de moléculas llamadas galactooligosacáridos y oligosacáridos N-glicosídicos, que son verdaderos prebióticos; el niño recibe 2 g de estas moléculas por litro de leche materna. Existen productos de fermentación colónica, procedentes del metabolismo de la lactosa y del metabolismo de las bacterias de los galactooligosacáridos.
También contiene nucleótidos, que son estimulantes importantes de la inmunidad de tipo celular, del tipo T, y ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga, que cumplen un papel muy complejo en el desarrollo del sistema nervioso central y de la retina, y en la calidad de las membranas celulares. Por otro lado, el equilibrio de los ácidos grasos poliinsaturados está relacionado también con el perfil de respuesta ante estímulos que recibe el sujeto, por ejemplo, el ácido araquidónico es un estimulante de las reacciones del tipo inflamatorio, mientras que el ácido docosahexaenoico, que deriva del ácido alfa linolénico, omega 3, tiende a tener un efecto antiinflamatorio.
También es importante la presencia de lactoferrina, que liga el hierro en el lumen intestinal y evita que quede disponible para el desarrollo de bacterias enteropatógenas, y de factores de crecimiento, que modulan el desarrollo de las funciones de las células epiteliales.
La flora intestinal induce modificaciones de los mucopolisacáridos de la mucosa, o sea, se produce una especie de intercambio de información entre la microbiota y la pared del intestino. Por otra parte, secundario a la inmadurez, faltan algunos receptores de membrana plasmática durante los primeros meses de vida, lo cual impide que algunas bacterias se adhieran a la pared intestinal.
Por todas estas características, la leche materna crea un ambiente especial para el desarrollo de una microbiota determinada; al final de este proceso, que dura alrededor de dos años, existe una flora muy compleja, compuesta por 200 a 220 especies distintas por persona, que están presentes en cifras logarítmicas:
En suma, si el niño es amamantado, la leche materna estimula el establecimiento de la flora normal, pero si no existe la posibilidad de amamantarlo, debe estar disponible algún medio que imite la composición química de la leche materna o que proporcione las bífidobacterias y los lactobacilos para que, a lo largo de la vida, se mantenga una flora fisiológica, adaptada para la vida del ser humano.
Citación: Brunser O. Development of normal gut flora. Medwave 2005 Sept;5(8):e2588 doi: 10.5867/medwave.2005.08.2588
Fecha de publicación: 1/9/2005
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