Este texto completo es la transcripción editada y revisada de una conferencia dictada en el marco de las reuniones clínicas de la Clínica Psiquiátrica Universidad de Chile. La publicación de estas actas científicas ha sido posible gracias a una colaboración editorial entre Medwave y la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile, cuya directora es la Dra. Graciela Rojas.
Gracias a este enfoque, la asociación de la droga con el delito adquiere una gran importancia dentro de las políticas públicas de Chile; en este contexto, CONACE está trabajando con fuerza para incorporar a los sectores académicos, cuyo aporte al conocimiento permitirá diseñar intervenciones más efectivas.
Por lo tanto, son adolescentes que presentan acumulación de condiciones adversas y escasos factores de protección, ya que viven en entornos de alto riesgo, con distintos grados de abandono o violencia intrafamiliar y tienen experiencias escolares marcadas por el fracaso y la discriminación. La calle y sus pares son el espacio de socialización, el lugar donde desarrollan habilidades de supervivencia y la “oferta” principal para sus tareas de desarrollo. No cuentan con condiciones para satisfacer las necesidades psicoafectivas y de aprendizaje que se requieren para un desarrollo integral y psicosocial. Tienen grandes capacidades y habilidades, pero éstas tienden a ser moldeadas desde lo trasgresor.
Estos individuos tienen una gran vulnerabilidad social, definida por la relación entre los recursos del sujeto y las oportunidades que le ofrece la sociedad, y una vulnerabilidad clínica, dada por la relación entre los aspectos deficitarios y las potencialidades del sujeto; esta vulnerabilidad se puede amplificar o inhibir según factores del contexto y tiene su expresión en la salud física y mental del sujeto. Por lo tanto, las intervenciones que se planifiquen no sólo se deben efectuar desde el ámbito de lo social, sino también desde el ámbito clínico.
En la Fig. 1 se muestran los niveles en los cuales se desempeña cada individuo y que son los distintos niveles de intervención. Así como es importante entender lo que ocurre a nivel social, es muy importante entender las bases orgánicas, o neurobiológicas, de la conducta transgresora y delictiva, tanto en términos de la historia del sujeto como de los aspectos intrapsíquicos y relacionales que contribuyen al desarrollo de estas conductas, en conjunto con el entorno social y cultural (Fig. 1).
Figura 1. Niveles de desempeño de los individuos
La realidad social actual que los adolescentes enfrentan, tal como lo plantea Carmen Arbex, socióloga española conocida por su trabajo en adolescentes, consumo de droga y vulnerabilidad social, se caracteriza por: perspectiva de futuro negativo; tendencia al hedonismo y por tanto, a la búsqueda del placer fácil; presentismo, es decir, el placer tiene que ser ahora y no después; transformación química de los estados de ánimo; impulsividad; individualismo y desintegración social; baja tolerancia de la frustración y problemas de integración social. Todos estos elementos dan un contexto que facilita que los adolescenctes desarrollen vulnerabilidad. La conducta de consumo, transgresora, se debe analizar desde la prespectiva de la comprensión de la conducta, pero también desde una perspectiva histórica, ya que ambas en conjunto permiten tener, además, una visión pronóstica.
Figura 2. Dimensiones clínicas en los trastornos de conducta
La vulnerabilidad significa que a estos adolescentes les es difícil percibir su mundo interno, debido a su actitud desafiante, oposicionista o indiferente; no están acostumbrados a recibir empatía y rechazan al adulto antes de ser rechazados; sus características clínicas bordean varios diagnósticos, como retardo mental, epilepsia, trastorno del ánimo, psicosis y trastornos de personalidad, entre otros; en ocasiones viven episodios alucinatorios, tienden a sentirse amenazados y se protegen llevando armas; la sintomatología depresiva se asocia a la irritabilidad y la ira; las ideaciones e intentos suicidas son frecuentes y el abuso de drogas y alcohol es muy frecuente. La vulnerabilidad más perturbadora es el precario desarrollo moral y la falta de comportamiento empático con el otro, lo que para muchos autores es una falla de la capacidad de ética y reflexiva.
Generalmente hay antecedente de accidentes, traumas o enfermedades del sistema nervioso que determinan el canal que va a seguir el desarrollo neurobiológico; pocos de estos niños sufren epilepsia, pero muchos tienen un electroencefalograma con alteraciones menores; los síntomas neuropsiquiátricos más comunes son las amnesias breves del comportamiento y los episodios de deja vu (ya vivido); el déficit atencional con hiperactividad y predominantemente impulsividad es propio del adolescente con trastorno de conducta. Los test de inteligencia muestran resultados modestos, aunque interpretar estos test en el contexto de estos jóvenes no es tarea fácil; los trastornos de aprendizaje son muy frecuentes, particularmente en el campo verbal. La asociación de dificultad perceptivo motora, déficit atencional y leve retraso mental hacen de los aprendizajes una experiencia frustrante, lo que favorece la deserción escolar. La autora plantea que estos adolescentes han llegado a su estado actual a través de un continuo evolutivo, que parte en los primeros años de vida, con la presentación de patrones interactivos anómalos que pueden alterar los procesos regulatorios del sueño, la alimentación, etc. A medida que el niño crece aparece la ansiedad de separación, el trastorno oposicionista-desafiante y el trastorno de conducta, que se observa en la adolescencia; posteriormente, se presenta el trastorno de personalidad antisocial (Fig. 3).
Figura 3. El continuo evolutivo (Dorothy Otnow-Lewis, 2002)
Existen factores genéticos que favorecen la agresividad y el comportamiento violento, lo que se ha demostrado a través de tres tipos de observación:
Según estudios del comportamiento agresivo en gemelos monocigotos y dicigotos, el factor genético explicaría entre 42% y 60% de la variabilidad del comportamiento agresivo; sin embargo, actualmente se considera que las contribuciones genéticas o ambientales se modifican a lo largo de la vida, por lo tanto, es importante conocer los antecedentes familiares de conducta agresiva y delictual, pero no es un elemento que explique todo.
En cuanto al desarrollo cerebral, a través de la vida se producen cambios marcados en cuanto a volumen, metabolismo, mineralización, flujo sanguíneo, receptores y selección de sinapsis. La adolescencia es una etapa de mayor vulnerabilidad en estos aspectos; se ha descrito un aumento de ciertas moléculas, principalmente dopamina, en el cerebro adolescente, lo que facilitaría el acceso de ciertas sustancias, como la marihuana y la cocaína (Fig. 4).
Figura 4. Tasa de cambio de los distintos componentes del desarrollo cerebral
Por otra parte, existen dos elementos que se presentan en forma constante en la historia de los chicos infractores de ley: los traumas perinatales y la malnutrición, que sin duda alteran el proceso de desarrollo cerebral. En la Fig 5 se comprara la densidad sináptica del cerebro en distintas etapas de desarrollo, con una clara disminución de las sinapsis en la adolescencia, probablemente a causa de estos elementos.
Figura 5. Influencia del trauma perinatal y la malnutrición en la densidad sináptica cerebral
Existe un período sensitivo para el desarrollo precoz de las actividades sociales y el lenguaje, como también para la adquisición del pensamiento simbólico y otras habilidades cognitivas, que tienen períodos críticos en los primeros años de vida, que son justamente los más dificultosos en los adolescentes infractores (Fig. 6).
Figura 6. Período sensitivo para el desarrollo precoz
La especialización del cerebro adolescente se puede alterar en su desarrollo normal por el abuso de sustancias en este periodo (spears, 2003). Dentro de este desarrollo se incluye al temperamento, la sensorialidad (esquema corporal) y los procesos regulatorios y se sabe que el temperamento tiene un componente genético importante. El temperamento temprano no necesariamente es un presagio de agresividad posterior, pero existe evidencia de que el patrón de comportamiento se continúa desde la infancia hasta la adultez.
Farrintong y Kagan sugieren que los comportamientos agresivos constantes después de los tres años de edad se asocian con el inicio de conductas problemáticas y dificultades en las relaciones interpersonales (Farrington DP. The family backgrounds of aggressive youths. In: Hersov LA, Berger M, Shaffer D (eds). Aggression and antisocial behavior in childhood and adolescence. Oxford, Pergamon, 1978: 73-93) y otros autores describen que niños que manifiestan problemas de agresión a los ocho años de edad, presentan problemas similares en la adolescencia y la adultez (Lara-Muñoz MC, de la Peña F, Castro A. Consistencia y validez de las subescalas del cuestionario de Conners para la evaluación de psicopatología en niños. Bol Med Hosp Infant Mex 1998; 55:712-20). Asimismo, se han señalado las siguientes asociaciones: entre temperamento difícil y trastornos de conducta (Thomas y cols., 1968); entre inhibición conductual y trastornos de ansiedad (Biederman, 1993); entre factor de extraversión y problemas de alcoholismo (Wennberg, 2002); entre desinhibición conductual y trastornos de conducta externalizados y déficit de atención (Hirshfeld-Becker y cols., 2002) y entre búsqueda de lo novedoso y abuso de sustancias (Rose, 1995). Respecto a la protección, Werner y Garmezy (1989)han señalado el valor de la actividad y de la sociabilidad en los niños resilientes.
Figura 7. Modelo de apego inseguro (Fonagy, 2002)
Este modelo de relación de apego inseguro, de tipo ansioso o desorganizado, viene desde la experiencia interpersonal del niño con el cuidador, pero a su vez esto viene del proceso reflexivo del cuidador con respecto a lo que él entiende por relación de apego, que por lo general calza con el modelo ansioso y desorganizado y surge desde la experiencia interpersonal del propio cuidador. Todo esto se da en el plano de la intersubjetividad de las relaciones.
Figura 8. Modelo de apego inseguro: ansioso-desorganizado (Fonagy, 2002)
Daniel Stern plantea que las experiencias de vida se conforman a partir de un sinnúmero de momentos emergentes, que se presentan en forma de sensaciones, afectos, acciones, estimulación, motivación, etc. Estas experiencias van construyendo experiencias representadas, a partir de modelos sensoriomotores, perceptivos, conceptuales, etc.; esta red de modelos permite que estas experiencias queden guardadas y registradas en forma de representaciones evocadas y/o actuadas (refiguradas), las que posteriormente se pueden evocar a través de fantasías, recuerdos y narraciones autobiográficas. La representaciones que quedan registradas son muy difíciles de trabajar desde la perspectiva de la rehabilitación (Fig. 9)
Figura 9. Registro de las experiencias vividas (Stern, D., 1995)
Un elemento importante en el aspecto relacional de estos adolescentes es el de las carencias afectivas, que están muy ligadas a situaciones de angustia, abandono, maltrato y abuso, que se encuentran como denominador común en estos chicos. Aubry plantea que la presencia de esta angustia puede tener tal efecto en la conformación de la mente, que muchas veces las estructuras psíquicas quedan detenidas, atrofiadas o desintegradas. Por eso, muchas veces una conducta que aparece como muy desadaptativa para el observador, en su momento fue una respuesta adaptativa adecuada para ese sujeto, en el contexto que le tocó vivir.
Figura 10. Influencia de la angustia en el desarrollo de trastornos conductuales, según Aubry
Otro elemento es la identificación de la identidad, de la cual han hablado muchos autores, entre ellos Erikson, que plantea que la identidad surge en la construcción progresiva del niño hacia el adulto. Kestemberg apunta a la necesidad del sujeto de ir multiplicando experiencias y logrando identificaciones de carácter parcial, a través de mediadores; si éstos son de mala calidad se pueden producir los trastornos identificatorios. Esto se ve con frecuencia en la historia de los sujetos infractores de ley, cuyos mediadores, aun siendo figuras vinculares, no son figuras protectoras o prosociales, sino que son figuras de mucho riesgo, como proxenetas, etc. (Fig. 11).
Figura 11. Desarrollo de los trastornos de identidad
La desesperación que provoca la falta de identidad lleva a los adolescentes a una lucha por ésta, que se libra en tres campos simultáneos: lucha por construir el nuevo esquema corporal; lucha por construir su nuevo mundo interno y lucha por construir su nueva sociedad. Desde ese punto de vista, un elemento central en el tema identificatorio es el estar en la calle, que se da a través de un proceso y es un elemento de identidad muy fuerte, principalmente en infractores de ley, que en su mayoría tienen familia y escuela, pero en elgún momento salen a la calle y comienzan a buscar identidad y pertenencia en aquellos grupos de pares de la esquina, o en las pandillas en el barrio. Este proceso de socialización callejera va ganando terreno a la familia y la escuela y los adolescentes desarrollan estrategias de sobrevivencia compatibles con una identidad transgresora, como el uso de drogas y armas y la participación en la explotación sexual. En este proceso el sujeto se va dando cuenta, a través de distintas vivencias, de lo que hace la diferencia entre los vivos y los “agilados” y va descartando progresivamente el contexto familiar y escolar (Fig. 12).
Figura 12. Estar en la calle (F. Pollarolo, A. Maturana - Conace, 2004)
En adolescentes infractores de ley es muy importante entender la importancia del delito en la construcción de la identidad, lo que obliga a intervenir desde el contexto sociocultural. Chartier señala que las experiencias de abandono determinan una dimensión depresiva, más frecuente en la adolescente mujer, que se manifiesta mediante autoagresiones y conductas internalizadas; y una dimensión sicopática, que se expresa a través de la heteroagresión y conductas externalizadas, más propias del varón. Estas experiencias de abandono originan un cuadro clínico especial, que se caracteriza por: impresiones de extrañeza familiar; cambios impredecibles de las conductas, presentando de pronto conductas totalmente contradictorias con las de los días previos; saltos de humor permanentes; intensidad de reacciones afectivas, tanto positivas como negativas; reivindicaciones brutales y desenvestimentos abruptos. Estas son las conductas más suceptibles de hacer suponer una patología carencial antigua en un adolescente (Chartier, 1999).
Otras característica clínica es la dificultad para acceder a la dimensión simbólica, que se manifiesta como perturbaciones de las funciones del lenguaje y cognitivas, por ejemplo, retraso y mala calidad del lenguaje, tendencia a utilizar un sistema de comunicación basado en palabras claves, como la palabra-frase, no término de frases que permanecen en suspenso, ortografía fonética y sintaxis profundamente alterada. En el plano cognitivo, este tipo de adolescente se caracteriza por la aparición de ciertos elementos que no necesariamente tienen que ver con retardo mental, sino con la presencia de disarmonías cognitivas y del contenido del pensamiento que hacen que sus ejecuciones y logros sean muy discordantes, es decir, pueden lograr muchas cosas, pero fallar en forma inexplicable en otras. En una evaluación rápida no siempre se detecta esto, de modo que se debe profundizar con ciertos test psicológicos para pesquisar estas características (Bernard Gibello, 1985).
Otras características son: la dificultad para representar acciones pasadas y presentes y para anticipar acciones futuras; la desorientación espacial, que se manifiesta en adolescentes con dificultad para construirse una historia, ya que han tenido múltiples cuidadores, creando una discontinuidad sensorial, temporal y espacial. El adolescente carenciado vive en el presente inmediato, sin ninguna percepción objetivia del tiempo pasado y la posibilidad de proyectarse en el futuro es particularmente deficiente. (Lemay, 1975). Esto hace que sea muy difícil trabajar con estos adolescentes con un lenguaje formal, por lo tanto hay que planificar intervenciones, e incluso evaluaciones, en la línea sensorial o lúdica.
El sufrimiento infantil puede ser causado por diferentes tipos de maltratos “visibles”, entre ellos la violencia física, la violencia sexual, el abandono y la negligencia; todos ellos provocan comunicaciones destructivas, que producen, por una parte, contenidos traumáticos, como se llama al dolor invisible de los malos tratos, y por otra parte genera mecanismos adaptativos de autodestrucción y/o destrucción de otros, configurando conductas que son “normales” o adaptativas para ese sujeto; pero también existe otro tipo de maltrato, que no es tan evidente porque no es visible y que es el maltrato psicológico, “la más invisible de las violencias”, que generalmente producen un tipo de conducta ligada al rechazo (violencia centrífuga), que hace que el sujeto tienda a incomunicar, aislar, aterrorizar, culpabilizar y denigrar al otro, o bien producen conductas de simbiotización (violencia centrípeta), como manipulación afectiva, indulgencias excesivas, seducción, corrupción e incesto psicológico. El rechazo está en la base de los traumatismos y demoliciones psicosociales y de los trastornos de personalidad y la simbiotización, en alteraciones psicopatológicas como depresión, psicosis, anorexia, toxicomanías.
El contenido de los daños de las víctimas de malos tratos infantiles ocasiona trastornos del apego, traumatismos múltiples, trastornos del desarrollo, trastornos de la socialización y trastornos de los procesos resilientes. Las consecuencias de los procesos traumáticos se ven: en el área afectiva, como trastornos de la empatía, trastornos emocionales y trastornos de la autoestima; en el área cognitiva, como trastornos cognitivos, trastornos disociativos y trastornos de la identidad; en el área conductual, como conductas autodestructivas, violencia hacia los demás y consumo de sustancias; en el área relacional, como trastornos del apego o la vinculación; pero lo más importante es que se altera la capacidad de reflexión ética, porque el hecho de que sean los adultos quienes le provocan daño hace que el modelo ético que recibe y aprende el niño esté condicionado por esa experiencia (Barudy y Dantagnan, Formación y consultoría).
El los adolescentes infractores de la ley aparecen ciertas comorbilidades que es necesario evaluar: déficit atencional, trastornos del ánimo, autoagresión, intentos de suicidios, trastornos del desarrollo de la personalidad, principalmente de tipo borderline, ciertos desarrollos sicopáticos, trastornos por el uso de sustancias, trastornos disociativos graves y cuadros sicóticos, de acuerdo a lo que comunican distintos autores (Bloom, 2005; Dorothy Otnow-lewis 2002, 2004, 2005; Kaplan y Cornell, 2004; De la Peña, 2006.) También aparecen trastornos de salud mental asociados y derivados del consumo, como intoxicación aguda, síndrome de abstinencia, trastornos afectivos y trastornos sicóticos.
Los múltiples efectos psicológicos y socioculturales que se pueden presentar como consecuencia de la privación de libertad son especialmente relevantes en los adolescentes, es decir, en personas en desarrollo y formación. Para adaptarse a las condiciones intramuros, en muchas oportunidades desarrollan un conjunto de estrategias similares a lo que en los adultos privados de libertad se identifica como una subcultura carcelaria, que incluye aprendizajes y comportamientos que, a la hora de egresar, no son compatibles con una inserción social adecuada.
Es importante mencionar las diferencias de género; lo que ocurre es la mujer es muy complejo y difícil de profundizar y no se abordará en esta presentación. Aquícabe mencionar el tema de la construcción social de la masculinidad, que incolucra ciertos mandatos, transiciones y conductas:
Los mandatos que hacen que el sujeto tenga distintos recorridos: un recorrido del cuerpo, que les pide ser fuertes, resistentes y capaces sexualmente y desde el punto de vista laboral. El recorrido del carácter les pide ser seductores, cazadores, satisfactores sexuales y subordinadores. En la relación con el otro u otra se da la masculinidad activada por el deseo, en que el mandato les exige ser duros, responsables y autosuficientes. Por último, en la relación con los pares y la calle se les pide ser guerreros y explotadores; el hombre es de la calle, acepta los desafíos de los otros, se arriesga e imita al grupo. Está claro que muchos mandatos sobre la masculinidad favorecen el desarrollo de conductas transgresoras, entre ellas las ligadas al consumo de sustancias. Estos elementos se recogieron en en adolescentes de toda América Latina y el Caribe y el detalle se encuentra en la página web de la Organización Panamericana de la Salud, en un artículo que se llama “Hacerse hombre” (Fig. 13).
Figura 13. Mandatos que involucra la construcción social de la masculinidad en adolescentes de Latinoamérica y el Caribe (OPS)
Tabla I. ¿Cuál es el lugar de la droga en el mundo del adolescente? Marcelli y braconnier: L’Adolescence aux mille visages, 1998.
Los adolescentes caen en la adicción porque, en el proceso de construcción de su identidad, esta conducta es necesaria para la sobrevivencia y la pertenencia al grupo de pares; y cuando la conducta adictiva ya está establecida, el adolescente se caracteriza por tener compromiso biopsicosocial (CBPS), con dificultades en todos los aspectos, incluyendo salud física y mental, desarrollo psicoemocional y tareas evolutivas, familia, reparación, socialización, modulación de conductas transgresoras e integración social.
Tabla II. Grado de CBPS en el área de la salud mental
De la misma manera, se ha definido el CBPS severo, desde el punto de vista de la figura vincular familiar, por: presencia de una figura vincular que debería ser protectora, pero que en la actualidad no se manifiesta como tal; historia de abandono y negligencia; falta de capacidad de protección y contención de la figura significativa (adulta); la(s) figura(s) significativa(s) expone(n) al niño o niña a situaciones dolorosas, estresantes, de manera repetida y crónica; figura inaccesible, insensible, peligrosa, amenazante, impredecible y/o rechazante.
La estructura familiar generalmente es de madre/hijo problemático, padre inefectivo y excluido y se caracteriza por: parentalidad disfuncional severa y crónica, hasta la toxicidad parental; familia ausente o presente, pero multiproblemática; violnecia intrafamiliar psicológica y física y/o maltrato y abuso sexual, como pauta relacional; alcoholismo y drogadicción en miembros de la familia; fusión, límites difusos, identidades poco claras, acusaciones, chivos emisarios, invasiones; cesantía crónica o indigencia; familias desvinculadas de las redes, impermeables a la ayuda profesional; presencia de trastornos psiquiátricos graves, conductas infractoras y abandono afectivo y material.
Desde el punto de vista de la reparación, el CBPS severo se da en contextos de violencia física, caos, violencia o bien, contextos cambiantes, inestables y amenazantes; con politraumatización por experiencias repetidas de abuso o maltrato; vivencia de “la vida es así”; maltrato y violencia física y psicológica sostenida en el tiempo; abuso sexual y violación, intra o extrafamiliar y/o crónicos; patología del abandono; el adolescente desconfía, teme la relación, exige, actúa su sufrimiento y no tiene acceso a la palabra.
A nivel sociocultural, el adolescente con CBPS severo se caracteriza por: construcción identitaria en torno a la infracción de ley; cultura canera, incorporada bajo un marco de rigidez; el joven considera que la infracción de ley es la única manera de salir adelante; hay una idealización de llegar a ser mejor infractor (internacional); la imagen social de la vestimenta del infractor cobra importancia y status entre pares, ocasionando conductas delictivas en su búsqueda. Estos jóvenes tienen una historia de vida asociada al delito y dependen de un grupo de pares y adultos con conducta delictual, de modo que la actividad asociada al delito cobra una gran relevancia a nivel cognitivo y conductual. Son factores para un CBPS más grave: inicio de las conductas infractoras antes de los 10 años; patrón persistente y repetitivo de agresión a otras personas; destrucción de la propiedad ajena; violaciones graves de las normas dentro y fuera de su hogar; tendencia a realizar estas actividades en forma aislada o asociados a grupos con fuerte desarrollo delictual; padres o hermanos con evidencia de personalidad antisocial; y dificultad para empatizar con las víctimas y hacerse responsables de las conductas infractoras.
El diagnóstico ligado al consumo se basa en los criterios de dependencia que se establecen en el CIE-10 o el DSM-IV: edad de inicio, sustancia consumida, frecuencia actual, continuidad del consumo, socialización del consumo, vía de administración, consecuencias, criterios de dependencia y motivación para el consumo. En la Tabla III se muestra lo que se considera consumo con alto riesgo, según estos criterios.
Tabla III. Características del consumo de drogas con alto riesgo
Las consecuencias de la intensidad del consumo, como accidentes reiterados o violencia reiterada, la presencia de criterios de dependencia y la motivación para el consumo, sea fisiológica, emocional o de desempeño, también son importantes para definir el consumo con alto riesgo (Tabla IV).
Tabla IV. Características del consumo de drogas con alto riesgo (continuación)
El proceso de intervención en adolescentes infractores de ley con consumo perjudicial y dependencia a alcohol y drogas es largo y complejo. En Chile, el Programa de Intervención cuatro fases: de preingreso, de diagnóstico, de tratamiento y de seguimiento. En la primera, el juez se basa en la evaluación clínica diagnóstica para determinar si el adolescente infractor merece la sanción accesoria. Si no la merece, va al equipo psicosocial del SENAME; si la merece, pasa a un equipo clínico de salud mental y drogas, que va a hacer un diagóstico integral y con esta base va a determinar si el sujeto se va a manejar a nivel de corta estadía o residencial, en cuyo caso el equipo clínico correspondiente deberá hacer tratamiento, adaptación, estabilización y resolución e integración social, para luego diseñar el plan de egreso y seguimiento clínico; o bien, si se va a manejar a nivel ambulatorio intensivo, en cuyo caso el equipo correspondiente diseñará de inmediato dicho plan.
En resumen, la superposición de factores individuales, familiares, escolares, comunitarios y la presencia de un desarrollo dinámico y de diferencias de género, hacen que la comprensión, el diagnóstico y por lo tanto la intervención clínica en infractores de ley adolescentes sea de alta complejidad.
La edición y publicación de esta conferencia han sido posibles gracias a un auspicio sin restricciones de Laboratorio Wyeth
Medwave Año VII, No. 8, Septiembre 2007. Derechos Reservados.
Este texto completo es la transcripción editada y revisada de una conferencia dictada en el marco de las reuniones clínicas de la Clínica Psiquiátrica Universidad de Chile. La publicación de estas actas científicas ha sido posible gracias a una colaboración editorial entre Medwave y la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile, cuya directora es la Dra. Graciela Rojas.
Citación: Maturana A. Adolescent offenders and drug use: a reality in Chile. Medwave 2007 Sep;7(8):e2380 doi: 10.5867/medwave.2007.08.2380
Fecha de publicación: 1/9/2007
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