La publicación de estas Actas Científicas ha sido posible gracias a una colaboración editorial entre Medwave y la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile.
Diversos autores han llamado a nuestra época “la era del terrorismo”, para acentuar el alarmante incremento de los grupos terroristas a escala mundial. Desde el término de la guerra fría hasta la fecha, es decir, en los últimos treinta años, el fenómeno ha ido abarcando más y más países, al punto que hoy, sólo en el Medio Oriente llegan a una docena; y otros veinte en el resto del mundo, si contamos sólo a los más importantes y peligrosos. En España, Colombia, Irlanda, Grecia, Turquía, Japón, India, Pakistán, Sri Lanka, Indonesia, Filipinas, Colombia, Perú, Chile, etc, anidan grupos terroristas, es decir, casi todo el mundo actual. Si consideramos que muchos grupos terroristas actúan simultáneamente en su país de origen y en otros lugares del mundo y que están en estrecho contacto entre sí, se justifica el término de terrorismo internacional que se le ha puesto. En efecto, aparte de sus fuentes de financiamiento habituales: secuestros, extorsiones, asaltos, etc. tienen fuertes vinculaciones económicas con los carteles del narcotráfico y entre ellos mismos, como veremos.
El célebre grupo terrorista de los Haschachin (consumidores de Haschich), en la época de las cruzadas, originó el vocablo “asesino” de nuestra lengua. Sin embargo, históricamente grupos terroristas han operado desde la antigüedad, al punto que el terrorismo moderno se inició a mediados del siglo XIX con los ideólogos del anarquismo, cuyos principales teóricos fueron Morozov, Bakunin y Kropotkin. Sus planteamientos fueron seguidos no sólo por los anarquistas rusos, sino que también por los terroristas de Italia, Francia, España, etc. Entre 1881 y 1914 fueron asesinados numerosos jefes de estado, entre ellos el Zar Alejandro II, el presidente francés Sadi Camot, el presidente español Antonio Cánovas, la emperatriz austriaca Elizabeth, el rey de Italia Humberto I, el presidente de los Estados Unidos Mc Kinley y el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austro húngaro y que desencadenó la I guerra Mundial. Después de ésta y hasta el fin de la guerra fría, el fenómeno declinó, para resurgir con mucha mayor virulencia y destructividad en nuestros tiempos.
A diferencia del terrorismo del siglo XIX, que era selectivo, es decir, pretendía eliminar sólo a las figuras simbólicas del orden establecido para así desestabilizar el régimen, el terrorismo de nuestros tiempos es indiscriminado: cualquier persona, en cualquier lugar del planeta ha pasado a ser potencial blanco de la acción terrorista. Si a lo anterior agregamos lo antedicho, el disponer de cuantiosos recursos, muchas veces de procedencia francamente delictual (secuestros, asaltos, vinculaciones con el narcotráfico, ya señaladas) y el acceso consiguiente a medios materiales con tecnología de punta (incluidas armas de destrucción masiva) han convertido al terrorismo contemporáneo en uno de los problemas más graves (si no el peor) de nuestros tiempos.
Si consideramos que el terrorismo no sólo es subversivo contra el orden establecido, sino que también es represivo (por ejemplo, las policías secretas de los regímenes dictatoriales o los grupos paramilitares de los regímenes calificados de democráticos) y que sus motivaciones pueden ser muy diversas: nacionalistas, racistas, políticas e incluso religiosas, cuando no la combinación de ellas, debemos preguntarnos por los elementos comunes, definitorios de la esencia del actuar terrorista. Esto nos podría guiar a la búsqueda de los rasgos psicológicos o psicopatológicos compartidos por dichos individuos, más allá del grupo terrorista específico al que pertenezcan.
Todo terrorismo supone privilegiar el uso de la violencia, es decir, de métodos destructivos, como táctica fundamental para conseguir sus objetivos, ya sean subversivos contra el orden o represivos en defensa de éste mismo. Dicha violencia busca crear un clima de terror, a través del factor sorpresa (modelo ataque sorpresivo-fuga) y el efecto propagandístico que acarrea dicha acción terrorista, “propaganda por los hechos” de los teóricos del siglo XIX ya citados. Por tanto, en principio el empleo de la violencia no es, para la mente terrorista, un fin en sí mismo, sino un medio para intimidar (en el caso del terrorista represivo) o desestabilizar (en el caso del terrorismo subversivo) y así impactar al mayor número de personas para reclutar prosélitos para su causa. Esta búsqueda de publicidad es el fin más buscado: “que la gente mire” y en ese sentido, los medios masivos de comunicación, incluyendo el Internet, se han transformado irónicamente en un poderoso incentivo para la práctica del terrorismo contemporáneo. Este último se ha puesto al margen de las consideraciones morales (culpas, indignación, repudio social, etc.) que no importan al terrorista, sino sólo el efecto propagandístico para su causa. En síntesis, la violencia destructiva, que genere terror y la búsqueda de publicidad consiguiente, son elementos centrales de la actividad terrorista.
Tantos sociólogos como psicólogos sociales y psicopatólogos, han planteado hipótesis que intentan explicar este tipo de violencia. Primero, los sociólogos invocan tres tipos de factores: los que originan la violencia social, los que la fomentan y los que la facilitan.
Factores que originan violencia: a) Ruptura de los controles sociales tradicionales (como ocurre en el paso de la vida rural tradicional a la vida en las grandes urbes) b) El empobrecimiento (no la pobreza en sí, sino la pérdida de expectativas) y c) las expectativas insatisfechas fomentadas por la revolución de la modernidad y el fin del conformismo.
Factores que fomentan la violencia social: a) las grandes urbes, con sus profundas desigualdades socioeconómicas, por ejemplo, los barrios marginales saturados, postergados, o simplemente abandonados por la autoridad, b) la ausencia de un sistema judicial eficaz y c) la impunidad consiguiente a dicha ausencia.
Factores que facilitan la violencia social: a) El alcohol y las drogas, por los efectos desinhibitorios, b) la trivialización de la violencia por los medios audiovisuales: el cine y la TV, que enseñan el empleo de métodos violentos, que mistifican héroes simbólicos que resuelven problemas a través del uso de la violencia y que irrespetan en definitiva la vida ajena y c) la difusión masiva de armas en la población civil.
Segundo, desde el punto de vista de los psicólogos sociales: a) La existencia de un doble estándar que tiende a justificar o condenar las conductas violentistas, según del lado en que se esté, b) la transferencia de responsabilidad al enemigo, que justifica y transforma al violentista en un idealista y c) lo anterior es sustentado por una ideología política, social, racial o religiosa, de carácter maniqueísta, en la cual se confrontan el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo superior o lo inferior, lo santo y lo diabólico, en una lucha sin transiciones por tanto irreconciliable y sin tregua, que justifica matar y también morir, por la causa. Esta visión maniquea del mundo, en que sólo caben amigos o enemigos y la intolerancia derivada de ella, constituyen un ingrediente esencial de los fanatismos de toda índole a lo largo de la historia, de los que no son ajenos los grupos terroristas, como veremos.
Tercero, finalmente, desde una perspectiva psicopatológica: si se considera que, más allá de los importantes factores señalados por los sociólogos y psicólogos sociales para explicar la violencia social, los terroristas de cualquier signo constituyen una ínfima proporción dentro de sus respectivas sociedades, se justifica plantear la búsqueda de factores psicológicos y psicopatológicos comunes, que lleven a estas personas a privilegiar el uso de la violencia como conducta social. Un estudio de Russell y Millar con 350 miembros de grupos terroristas halló, por ejemplo, que en su gran mayoría eran sujetos de familias urbanas, de clase media y alta, varones jóvenes entre 20 y 30 años, muchos de ellos profesionales y que no se consideraban a sí mismos oprimidos o postergados. Esta percepción del terrorista como un “rebelde sin causa” llevó a muchos estudiosos a tratar de identificar un perfil específico, una “personalidad terrorista”, pero la evidencia empírica ha desmentido tal hipótesis; más fructífera ha resultado la investigación, a través de numerosos estudios, de la personalidad de los terroristas de motivaciones y mecanismos psicopatológicos comunes en todos ellos.
Tanto en los grupos represivos como subversivos, los primeros defendiendo la autoridad y la legalidad, y los segundos combatiéndola y en la clandestinidad, inclusive, la visión de la realidad es la grupal y no la individual. El sentimiento de pertenencia a un grupo altamente estructurado, disciplinado y jerárquico, que supone desde la lealtad incondicional hasta el autosacrificio por la causa y en que la desobediencia es severamente castigada proporciona el fundamento esencial en este proceso de consolidar la identidad individual.
En efecto, los estudios efectuados muestran de preferencia a individuos jóvenes, entre 20 y 25 años, pertenecientes a familias desestructuradas y que presentan problemas de adaptación, disminución de la autoestima y una personalidad poco integrada en general, con serios problemas de identidad. La pertenencia al grupo terrorista era vista por ellos como la familia que jamás habían tenido. Esta búsqueda de identidad a través de la pertenencia al grupo terrorista, acarrea otras recompensas psicológicas: confiere una misión en la vida, un sentimiento de poder sobre la vida y destino de los demás, gratificación por la atención alcanzada a través de la publicidad y sentido de superioridad por pertenecer a una elite que quiebra las reglas que rigen para los demás, pero no para él.
Una segunda constante psicopatológica, asociada a los serios problemas de identidad ya descritos, es la presencia sistemática de mecanismos proyectivos, por lo que el enemigo externo es el culpable de todo mal, sea de la presión, las injusticias sociales, etc. Estos mecanismos proyectivos están íntimamente ligados a otros mecanismos reinados: la ausencia de culpa y remordimiento, la idealización del propio rol social, que puede llegar hasta el mesianismo y la desvalorización del adversario, fuente del mal y repudiado, por consiguiente. Este último mecanismo se ha extendido en nuestros tiempos a las víctimas inocentes, que en la imagen del terrorista contemporáneo están despersonalizadas. Junto con la ausencia de culpa y la proyección del mal en el mundo externo, ayuda a esta despersonalización el empleo de armas destructivas, sofisticadas, operadas por control remoto, de efecto retardado, gracias a las cuales las víctimas pasan a ser anónimas, sin rostro, simples objetos instrumentales del acto terrorista.
El Etarra José Ignacio de Juana declara desde la cárcel al diario “El Mundo” de Madrid: “Los lloros de las víctimas y de la población española en general, son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajada limpia… Me encanta ver las caras desencajadas que tienen (al referirse a los participantes en los duelos por las víctimas de la ETA). Con este atentado ya he comido yo para todo el mes (se refiere al asesinato a tiros del concejal Alberto Jiménez y su esposa).
En síntesis, los rasgos y mecanismos psicopatológicos descritos y que son comunes de encontrar en los estudios de personalidad de los terroristas, los situarían en el grupo B del Eje II del DSM-IV: trastorno limítrofe de personalidad (F60.3) con elementos de los subtipos antisocial (F60-2) y narcisístico (F60.8) del mismo grupo y Paranoide-Fanático (F60.0) del Grupo A.
La publicación de estas Actas Científicas ha sido posible gracias a una colaboración editorial entre Medwave y la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile.
Citación: González A. Terrorism: psychopathological considerations. Medwave 2006 Ago;6(7):e2282 doi: 10.5867/medwave.2006.07.2282
Fecha de publicación: 1/8/2006
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