Dentro del maltrato infantil, el abuso sexual es tal vez el más dramático, constituye un tema doloroso, duro de abordar.
El Ministerio de Salud lo define como “toda participación de un niño o adolescente en actividades sexuales que no está en condiciones de entender, inapropiadas para su edad y su desarrollo psicosexual, forzada, con violencia o seducción, o que transgrede los tabúes sociales”.
En la ley 19.617 de delitos sexuales, del año 1999, se estableció que todo abuso sexual es un delito, se tipificaron los distintos tipos y se definió lo que debe entenderse como violación, estupro, sodomía y abuso sexual, antiguamente llamados abusos deshonestos.
Aunque las cifras son muy difíciles de estimar, Finkelhor, que estudió a fondo el tema en los Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, describió, en el año 1994, cifras de abuso de 20% para las mujeres y 10% para los hombres, lo que demostró que el problema no afecta sólo al género femenino. Anteriormente los varones no llegaban a verbalizar el problema mientras eran pequeños y a veces no lograban hacerlo en toda su vida, pero a medida que se han abierto los espacios, han ido apareciendo más casos.
En Chile, estudios del SERNAM han encontrado que 10% de los niños han sufrido abuso sexual, con una relación 4:1 entre mujeres y hombres, mientras que Florenzano, en 1992, comunicó una cifra de 8% en adolescentes de 10 a 19 años de distintos colegios de Santiago, lo que convierte al abuso sexual en un problema de salud pública.
Es importante considerar que el abuso sexual en niños no es un evento, sino que es un proceso que ocurre a lo largo del tiempo; en 70% de los casos dura más de un año y tiende a repetirse. La mayoría de las veces es ejecutado por un sujeto conocido, familiar o conocido de la familia, lo que aumenta los sentimientos de culpa y ambivalencia en el niño. La edad de mayor riesgo está entre 5 y 12 años.
El abuso sexual se produce en fases. La primera es la fase de seducción, en la cual el abusador se acerca paulatina y progresivamente al niño, no necesariamente a nivel sexual, sino que encontrándose con él, haciendo actividades juntos (escolares, lúdicas, recreativas, de transporte, etc.) y favoreciendo progresivamente el contacto, erotizando la relación, que inicialmente no es genital, pueden ser tocaciones, caricias, besos. El agresor busca situaciones de espacio y tiempo en que evita ser encontrado por otros adultos, manipula la confianza y dependencia del menor, e incita la actividad sexual como algo normal, afectivo y divertido.
Posteriormente viene la fase de la interacción abusiva, en que besa en la boca, juegos sexuales y luego toca sus genitales (por ejemplo en el baño), llegando tardíamente a establecer una relación coital.
Se instaura contingentemente la fase del secreto. El agresor busca mantener la circunstancia abusiva en secreto a toda costa, argumentando al niño que lo que ha pasado es un secreto de dos, que ha ocurrido porque se quieren. Intenta mantener el secreto: amenazando, chantajeando, mintiendo, culpabilizando. Diciendo por ejemplo que si la mamá lo sabe se va a enojar, llega a amenazar al niño con dañar, matar a sus padres o a su mascota, le señala que va a perder el cariño de todos los que le rodean si éstos se enteran, evitando así que el secreto sea divulgado y dejando al niño atrapado en una red de lealtades y secretos.
La cuarta etapa, la divulgación, puede ocurrir en forma intencional, o sea, el menor decide contar lo que está pasando porque ya no lo tolera, suele ocurrir en adolescentes que han alcanzado la individuación y enfrentan los celos del abusador cuando empiezan a pololear; o puede ocurrir por accidente, al ser sorprendidos por un tercero que advierte que debe denunciar el hecho. La divulgación no siempre ocurre. Muchas veces, en la adultez se producen circunstancias que hacen recordar el evento abusivo, acerca del cual nunca contó nada y aún así es difícil develarlo.
Cuando se produce la divulgación, inevitablemente viene una fase represiva, en la que el adulto y algunos miembros de la familia intentan descalificar al niño. El abusador siempre presiona al niño para que se retracte y trata de demostrar que el hecho nunca ocurrió.
Cuando el evento de abuso es brusco, inesperado, la evolución posterior es diferente al proceso de abuso descrito previamente.
Respuesta al trauma de violación
Ciclo de recuperación post trauma
Entre los factores de riesgo para sufrir una violación están: ser mujer, tener entre 5 y 12 años, tener alguna discapacidad, percepción de vida familiar infeliz, baja autoestima, abuso previo, familia en situación de riesgo psicosocial, ausencia de la madre y vivir con patrones de socialización rígidos y autoritarios.
En cuanto a las características del abusador, éste es conocido en 79% de los casos, según un estudio efectuado en Chile (CAVAS) en 1999; de ellos, sólo 15% a 25% son denunciados. En 90 a 99% de los casos es un hombre heterosexual, sin distinción de religión, clase social, etnia u ocupación; tiene dificultad para entablar relaciones, presenta bajo control de impulsos, baja autoestima y antecedente de abuso y/o maltrato. Los actos son llevados a cabo con juicio de realidad conservado, voluntariamente; un tercio de ellos utiliza violencia física, pero es más frecuente la violencia verbal.
Perrone y Nannini describieron dos tipos de abusadores:
Los individuos con sexualidad reprimida, pero selectiva, generalmente son casados y tienen un carácter más bien sumiso, con predominio de la parte femenina en el quehacer familiar y una sexualidad poco desarrollada. Ante una situación de crisis, de deterioro en sus relaciones afectivas, busca como objeto sexual a niños (intrafamiliar) y abusa con altos montos de angustia, como una manera de salvaguardar su identidad. En este tipo, las agresiones a niños no son una constante. En cambio, el otro tipo de abusador es indiscriminado y su objeto sexual constante es el niño, generalmente muchos niños. Su sexualidad está conectada a ese objeto sexual y no a otro. No presenta vergüenza ni sentimientos de culpa.
El incesto es un tipo grave de abuso sexual, que ocurre entre un niño y un familiar consanguíneo. Es un fenómeno universal, que atraviesa a todas las clases sociales, culturas y épocas, a pesar de que en casi todas las culturas existe un tabú al respecto y es sancionado socialmente. Es de carácter transgeneracional y constituye una relación patológica de atracción, dominio y posesión sexual, que requiere de un contexto de jerarquía y abuso de poder. Suelen darse en familias herméticas, replegadas en sí mismas, cuyas relaciones se basan en la posesión, la sumisión y la pasividad.
El manejo está orientado a evitar que el hecho se repita y se perpetúe, lo que requiere una intervención a nivel legal y social, individual y familiar. La intervención sobre el menor consiste en protegerlo, validar su relato, corregir el sentimiento de culpa y tratar la comorbilidad. Es importante consignar textualmente lo que refiere en respuesta a preguntas abiertas (quién, cómo, dónde y cuándo ocurrió). Además, se debe hacer una intervención sobre el adulto protector y sobre el adulto agresor.
Las consecuencias del abuso sexual dependen de:
La reacción inmediata de la víctima ante un abuso sexual suele ser aplanamiento afectivo, irritabilidad, hipervigilancia, ansiedad, sentimientos de culpa, vergüenza y deterioro de la imagen de sí mismo, además del daño físico genital y el eventual contagio de ETS. Posteriormente se producen reacciones mediatas y tardías, como depresión, trastornos de conducta, mal rendimiento escolar, abuso de sustancias, hipersexualidad, disfunción sexual, intento suicida, trastornos de personalidad, somatizaciones, etc.
Cuando el abuso ocurre desde etapas muy tempranas, por alguien a quien el niño estima y confía, esta relación mina el proceso de ser y estar en el mundo, atraviesa la condición humana, altera el estilo de vincularse con otros, confunde amor, agresión, placer, culpa, vergüenza. Lo anterior tiñe todas las relaciones sociales, como por ejemplo la elección de pareja. También se dañan la confianza en sí mismo, que se establece en las primeras etapas del desarrollo, la identidad y la percepción del valor que tenemos para los demás, porque como seres humanos nos definimos siempre en relación a los otros. De ahí la importancia reparar y ante todo de prevenir.
Es importante desarrollar la capacidad de sustraerse de la influencia de los malos tratos dolorosos, de modo de no proyectarlos hacia todos los aspectos de la vida. Esto parece obvio, pero los niños maltratados creen que merecen lo que les ha ocurrido y es fundamental lograr que reconozcan al maltrato como un evento que ocurrió porque alguien abusó de él o de ella, utilizando su condición de adulto y su poder. Asumir que no es merecedor ni culpable, que de ninguna manera es responsable de lo ocurrido y que, por lo tanto, esto no puede continuar ocurriendo.
En el proceso de reparación se sistematizan tres etapas. En la primera, la persona logra reconocerse como una víctima y valida su sufrimiento, pero tiene que salir de esta etapa, porque si queda como víctima, va a seguir sufriendo y resulta ser muy vulnerable; en la segunda etapa debe reconocerse como un sobreviviente que ha sido dañado, pero tiene recursos para seguir; y, finalmente, en la tercera etapa llega a sentir que tiene control sobre su vida y que puede hacerse cargo de esto que le ha ocurrido; de a poco va volviendo atrás, haciendo reminiscencias, hasta que logra diferenciarse del abusador.
Ante una situación de abuso siempre se piensa en derivar el caso a un especialista, pero quien recibe la revelación por primera vez debe hacerse cargo del seguimiento, porque por alguna razón le fue develada a esta persona, y no a otra. Sin embargo, lo más importante es que en situaciones de maltrato el niño debe ser visto en su globalidad, no sólo como un sujeto maltratado, sino como una persona que va al colegio y que tiene amigos, hermanos, intereses, gustos y necesidades particulares. Cuando un niño revela a alguien que ha sido víctima de maltrato, le está entregando un certificado de credibilidad, una prueba de que es valioso para él, de modo que esa persona debe apoyarlo y acompañarlo, aunque lo derive a un centro de mayor complejidad.
Se sugiere educar a niños y niñas en el autocuidado y que sean capaces de solicitar ayuda en caso necesario.
Algunos programas de prevención están orientados a enseñar a los niños a reconocer y expresar sus emociones, de tal manera que cuando se sientan amenazados sean capaces de identificar a un otro confiable y comunicarlo. Se le enseña a conocer su cuerpo y desdiferenciar las partes públicas de las partes privadas. También deben aprender a distinguir entre secreto bueno y malo. El secreto bueno produce gozo, placer, bienestar (puede ser una sorpresa que se le prepara al papá), en cambio, el secreto malo hace sufrir y ante eso siempre se debe contar. Por último, deben aprender a decir que no ante aquellas circunstancias en que se sientan incómodos, obligados o desconfiados. El niño debe ser capaz de decir NO, por ejemplo, si un extraño lo invita a subirse en su auto, no puede ni debe hacerlo, debe decir NO.
Citación: Rivera T. Sexual child abuse. Medwave 2005 Jun;5(6):e1967 doi: 10.5867/medwave.2005.06.1967
Fecha de publicación: 1/7/2005
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