Por muchos motivos, la adolescencia es un factor de vulnerabilidad para los trastornos alimentarios. En este período, que es de transición, el individuo viaja por un terreno desconocido y constantemente debe establecer nuevas definiciones; a pesar de esto, es una etapa muy clara dentro del ciclo vital personal, con características propias y marcada por cambios biológicos, psicológicos y sociales.
Esta etapa equivale a transitar por un territorio en el que no se sabe adónde se irá a parar, sintiendo, a veces, mucho temor; es lo que muchos autores han llamado “el vértigo adolescente”, el estar en la cuerda floja, sensación que se encuentra más acentuada en una sociedad como la nuestra, donde todo pasa y cambia en forma rápida, acentuando aún más los cambios propios del adolescente.
Una de las grandes pérdidas es la del mundo valórico y las creencias que han entregado los padres, los que son cuestionados por los adolescentes, aunque al final de este período éstos vuelven a parecerse a sus progenitores.
También existe la pérdida del cuerpo conocido, ya que éste cambia a nivel morfológico, endocrino y funcional, lo que hace que aparezcan nuevas necesidades y distintos requerimientos nutricionales; o sea, el adolescente necesita cosas distintas a cuando era niño. Todo esto genera una sensación de vulnerabilidad.
También aparecen los caracteres sexuales secundarios, que son visibles en la corporalidad, lo que muchas veces les crea un conflicto, a pesar de que todos saben que deben pasar por esto.
En este etapa se pierde el mundo infantil, desaparece la cómoda situación de dependencia, en la que todo está dado; el pensamiento mágico ya no sirve para enfrentar los desafíos que impone la adolescencia, obligando al individuo a echar mano de nuevas herramientas.
A nivel social, se les exigen cosas que ya no pueden realizar como cuando eran niños, y otras que ni siquiera los adultos tienen claro cómo deben hacerse, lo que les crea incertidumbres.
El sistema de creencias y de valores del adolescente cambia cuando tiene la oportunidad de comparar con otras familias, de conocer otros sistemas de vida y de acceder en forma más fácil a otras fuentes de información y experiencia.
A esta edad se desarrolla el sistema de pensamiento hipotético deductivo, que les permite cuestionar las cosas y verlas de otra manera, de modo que ya no quieren quedarse con lo que traían desde antes, desean probar cosas nuevas y van cambiando su visión del mundo.
Por su parte, los padres les exigen distintas cosas a medida que cambian, apareciendo las peleas, que se suman a la vulnerabilidad e inestabilidad que presenta el adolescente en todas las áreas; todo esto provoca la aparición de conflictos, que pueden ser nuevos, como los trastornos de la salud mental, o pueden corresponder a conflictos que aparecieron en la infancia y que de alguna manera se hacen más notorios en la adolescencia.
En el adolescente aumenta la preocupación por la imagen corporal, como una forma de ceñirse a algo que es más seguro y que se puede controlar, usándola como una vía para afirmar su personalidad, oponerse al manejo del ambiente y defender su autoestima, aunque no todos los adolescentes se centran en la imagen corporal para afrontar sus conflictos.
Los trastornos alimentarios, por lo tanto, se desarrollan en respuesta al desafío que implica crecer y madurar en la sociedad. Muchos adolescentes caen en la preocupación excesiva por la imagen corporal y comienzan a cambiar sus conductas alimentarias; de hecho, se ha descrito que más del 70% de las mujeres menores de 21 años se sienten gordas y han comenzado una dieta, es decir, la insatisfacción por la imagen corporal es muy extendida.
Los estudios demuestran que hasta el 95% de las mujeres está insatisfecha con su imagen corporal y haría algo para mejorarla, aunque sólo el 15% tiene sobrepeso, es decir, la sociedad les exige más.
A los 14 años de edad ya hay conciencia de la imagen corporal y del peso; las adolescentes empiezan a centrar su atención en distintas partes del cuerpo, especialmente la cintura, las caderas, los glúteos y los muslos, y si sobredimensionan la importancia de una de estas partes, pueden sentirse muy gordas, a pesar de verse muy bien.
A los 15 años usan métodos seguros para bajar de peso, como los ejercicios o tratar de ordenar las comidas; a los 16 años aparecen las dietas en forma común, y a los 17 años muchas niñas ayunan durante días, comiendo sólo una vez al día; el 3% de ellas se provoca vómitos, costumbre que va aumentando en frecuencia y que está apareciendo a edades cada vez más tempranas, siendo aceptada dentro del grupo de amigas.
Uno de cada 20 adolescentes vomita una vez a la semana y entre 1% y 5% usan laxantes, aunque esto va en disminución, porque ya se sabe que éstos no constituyen un buen método para bajar de peso.
A los 18 años, el 46% de las mujeres tiene atracones en forma habitual, que se ven en niñas que no tienen trastornos alimentarios y que terminan vomitando para compensar.
La etiología de los trastornos alimentarios incluye factores predisponentes sociales, individuales y familiares; por lo tanto, el problema se debe abordar en forma integral. Cuando se asocian varios factores predisponentes, actúan como una bomba de tiempo, ya que cualquier circunstancia estresante del ciclo de vida puede gatillar un trastorno de la alimentación.
La dieta genera hambre, la que pasa a ser el principal enemigo, del cual escapan haciendo más dieta; así, existe un grupo de anoréxicas a las que la dieta les genera más hambre, y por ende, más restricción, perdiendo peso cada vez más, cuadro que se perpetúa debido a un síndrome que genera cambios de humor y agresividad, que lo va reforzando.
Otras niñas, al hacer dieta, generan atracones que luego compensan con conductas purgativas y no purgativas, como el ejercicio excesivo y el ayuno, constituyendo círculos que después se hacen independientes.
Las adolescentes en riesgo son aquéllas que tienen factores sociales fuertes en relación a la valoración de la delgadez como expresión de belleza, cosa que en nuestra sociedad llega a un nivel casi de locura: las modelos son muy altas y delgadas, al igual que las bailarinas y las atletas; esto hace que muchas personas estén insatisfechas con su imagen corporal, lo que constituye un factor predictor de las posibilidades de cambio y recuperación de estas pacientes.
Más de un 40% de las mujeres vive haciendo dieta en forma discontinua, y 80 a 90% de ellas fracasa en sus objetivos o no logra mantener el peso deseado.
Factores de riesgo individuales:
Entre los factores familiares se cuentan:
En cuanto a los factores biológicos, algunos estudios actuales, efectuados en el campo de la genética, han demostrado que existe una vulnerabilidad inespecífica para enfermar de trastornos psiquiátricos, para presentar una determinada personalidad y para presentar alteraciones hipotalámicas.
La forma de presentación son la anorexia, en la cual el principal elemento es el rechazo a mantener un peso, a costa de lo que sea, por miedo intenso a engordar, actuando, en consecuencia, en forma restrictiva o purgativa.
En la bulimia, lo principal son los atracones con conductas compensatorias, en forma purgativa o no purgativa, que se presentan al menos dos veces por semana.
Los trastornos inespecíficos parciales son trastornos con conductas anorécticas o bulímicas, pero que no cumplen con todos los criterios diagnósticos, lo que no necesariamente significa que sean menos graves.
Se está estudiando la posibilidad de que el trastorno por atracón sea puesto aparte, junto a los trastornos alimentarios con atracones sin conductas purgativas, que suelen terminar con aumento de peso y que se ven más en adultos.
Citación: López C. Adolescents at risk for eating disorders. Medwave 2004 Sep;4(8):e1918 doi: 10.5867/medwave.2004.08.1918
Fecha de publicación: 1/9/2004
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