Pese a que el suicidio es la causa de muerte más prevalente entre los portadores de trastornos mentales, la reacción del médico ante él es un tópico escasamente discutido. Una gran proporción de las más de 30 000 personas que anualmente cometen suicidio en Estados Unidos ha recibido tratamiento con un profesional de salud mental. Asimismo, muchos más han tenido contacto reciente con un médico de atención primaria [1],[2], frecuentemente debido a quejas somáticas que pueden haber encubierto el desorden mental de fondo [3].
Aunque para los médicos jóvenes el suicidio puede ser un aspecto que podría resultar fácil de tratar debido a una mayor preparación en trastornos depresivos y de la personalidad, y a que tienen más familiaridad con las guías clínicas que las generaciones anteriores de médicos (las que incluyen cuestionarios que abordan la conducta suicida), podrían no evaluar este riesgo. Ello, pues usualmente los médicos jóvenes creen no tener las competencias necesarias para tratar con el suicidio. Paradójicamente, el abordaje del suicidio en las potenciales víctimas ha demostrado reducir su riesgo [4]. No obstante, no existen programas formales de entrenamiento para trabajadores de salud mental enfocados en el enfrentamiento de este problema [4].
El impacto del suicidio en los médicos generales y especialistas se asocia a diversas variables, tales como la estructura psicológica del médico (características de personalidad como rasgos ansiosos u obsesivos, tendencia a la depresión y a la internalización), la relación médico-paciente y la fase de la carrera profesional en que se encuentre. La respuesta inicial del tratante se asocia con la propia reacción ante la pérdida y la aflicción, la negación y el escepticismo. A ello se suman desrealización, vergüenza, culpa, rabia (hacia sí mismo, el paciente o sus familiares), la búsqueda de signos premonitorios que advirtieran el evento, preocupación o dudas sobre no haber hospitalizado al paciente o acerca de la decisión terapéutica, o incluso pérdida de la auto-confianza, ánimo depresivo y anhedonia [2],[5]. Esto es especialmente importante cuando el profesional no ha sido capaz de detectar la ideación suicida [3]. Los efectos en la vida personal del médico incluyen irritabilidad, sensación de ineficacia en el afrontamiento de problemas familiares y perturbaciones del sueño. Ello desencadena cambios futuros como el estar más conscientes del riesgo suicida y una aproximación más defensiva ante pacientes potencialmente vulnerables [6]. Otras respuestas, más cercanas al narcicismo, son la negación de la culpa por el error ante no hospitalizar, la indiferencia o el culpar a otros [5]. Al mismo tiempo, un sentimiento de alivio puede aparecer al terminar la batalla contra la ideación suicida y las amenazas autolíticas del paciente, especialmente después de la muerte de personas con niveles crónicos y altos de suicidalidad [2].
Al enfrentar el suicidio, es particularmente relevante para el clínico superar el sentimiento de aislamiento a través de conductas reparadoras como el diálogo con personas cercanas y significativas. Aquí adquiere importancia la “autopsia psicológica” o revisión del suicidio, pues puede contribuir a diluir la carga afectiva y a consolidar el trabajo del equipo de atención primaria [2]. Otra intervención que ha probado ser beneficiosa para el médico y para la familia del paciente es concertar una reunión con ella, en un tono comprensivo y empático, sin culpa o crítica, destacando los esfuerzos terapéuticos realizados y enfatizando que todo lo que pudo haber sido hecho por el paciente fue llevado a cabo [7]. Un error frecuente cometido por los médicos es evitar el contacto con los familiares. Sin embargo el contacto temprano es vital, ya que se ha demostrado que un facultativo que apoya reduce el desplazamiento de la rabia contra sí [5]. Más aun, asistir al funeral no implica asumir la responsabilidad del suicidio, sino que suele ser valorado por la familia, facilitando la expresión emocional en un contexto grupal.
Otra medida que podría ayudar a enfrentar el suicidio es el tomar en cuenta que es el resultado predecible de trastornos psiquiátricos graves. Como algunos autores comentan, el suicidio podría constituir parte de la historia natural de estos desórdenes. Esto lo hace difícil de evitar cuando el paciente no muestra ambivalencia ante el fenómeno, considerando que la medicina moderna no presenta las herramientas clínicas suficientes como para predecirlo con seguridad. No obstante, estas actitudes en un médico podrían ser usadas inadecuadamente y con propósitos defensivos, promoviendo el “nihilismo terapéutico” y evitando las responsabilidades terapéuticas inherentes a cada profesional [2],[8].
Los médicos generales deben encontrar un complejo balance cuando enfrentan el suicidio, ya que éste podría ser considerado como un evento inevitable, a razón de auto-protegerse de la culpa, pero favoreciendo este nihilismo terapéutico. Por el contrario, cuando se lo considera como un suceso predecible y evitable, se desarrollaría la cultura de la culpa en el profesional. Es necesario, por lo tanto, fomentar la educación en torno al enfrentamiento del suicidio en los profesionales de la salud, ya que éste representa una gran carga afectiva. Este entrenamiento no sólo debe incluir el manejo de las emociones del médico y del equipo de salud, sino que de la familia del paciente suicida también.
Declaración de conflictos de intereses
Los autores declaran que no tienen conflictos de intereses relacionados con la materia de este editorial.
Citación: Arancibia M, Martínez-Aguayo JC, Madrid E. Coping with a patient’s suicide: the impact on physicians. Medwave 2017 Jul;17(6):e6986 doi: 10.5867/medwave.2017.06.6986
Fecha de envío: 29/5/2017
Fecha de aceptación: 4/6/2017
Fecha de publicación: 10/7/2017
Origen: no solicitado
Tipo de revisión: sin revisión por pares externos
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