Entre el año 2009 y 2010 apareció en los medios de comunicación chilenos una información que parecía alarmante, aunque para quienes trabajaban en los sectores educacionales o de salud era conocida: un número importante de estudiantes universitarios consumía fármacos que, suponían, les permitía mejorar el rendimiento académico. Información que ya en el año 2001, había sido dada a conocer a través de publicaciones científicas internacionales1.
En uno de nuestros medios2 se destacaba el perfil de riesgos que acompañaba su uso a la vez que se hacía notar, citando a Claudia Pascual, antropóloga de la Dirección Estudiantil de la Universidad de Chile, que este consumo no iba dirigido a evadir los problemas, como otras drogas, sino más bien para “rendir dentro de los parámetros existentes”. En otro, recogiendo la opinión de Barbara Sahakian, destacada investigadora en psicofarmacología de la Universidad de Cambridge3, se hacía notar el crecimiento que había experimentado el uso de refuerzos cognitivos farmacológicos en personas saludables y la necesidad de convocar esfuerzos interdisciplinarios que permitiesen juzgar este comportamiento desde miradas que conjugasen disciplinas científicas y humanistas. La misma investigadora, en un artículo ampliamente citado, publicado tres años antes bajo el sugerente título “El pequeño ayudante del profesor” hacía notar que por primera vez, contábamos con herramientas farmacológicas eficaces, capaces de mejorar la memoria y la concentración, a la vez que eran capaces de reducir la impulsividad y las conductas de riesgo4.
En ese artículo la investigadora se interrogaba de modo sistemático, si era pertinente prescribir estos fármacos en pacientes aquejados de alguna enfermedad neuropsiquiátrica o diagnosticados con déficit atencional, para finalizar preguntándose si uno estaría dispuesto a consumir alguno de estos productos para mejorar el propio rendimiento, o cuál sería la reacción si supiéramos que nuestros alumnos o colegas, los consumen de forma habitual. No entregaba respuestas categóricas en su artículo, pero planteaba, tal como lo recogió nuestro medio local, la necesidad de dar una mirada de carácter más global, abordando la relación entre este consumo y la decisión sobre el tipo de sociedad en el que deseamos vivir.
Este uso antiguo, pero esta vez con herramientas eficaces pretendidamente dirigido a mejorar la calidad de vida de personas sanas, es el que genera la necesaria pregunta sobre los fines de la medicina. Tradicionalmente ligados a la curación de las enfermedades, en los últimos años se ha enfatizado que los médicos debiesen adquirir un rol más activo en materias de promoción de la salud. Del mismo modo, la mirada sobre los desenlaces buscados con sus intervenciones debiese abandonar un enfoque exclusivamente biomédico, incorporando mediciones que permitan juzgar el impacto sobre la calidad de vida. Lo anterior, sumado a la definición de salud propuesta por la OMS, que la enmarca como “el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, nos plantea la interrogante respecto a nuestra responsabilidad como profesionales de la salud, no sólo con los enfermos, sino que asimismo con la población sana. ¿Es responsabilidad de la profesión médica no sólo curar al enfermo, sino que mejorar la situación del sano?
Es este último propósito el que ha sido bautizado por algunos autores, en lo que a la especialidad de neurología se refiere, como neurología cosmética. En el primer artículo publicado bajo ese título en una revista de alto impacto5, su autor, profesor de neurología de la Universidad de Pennsylvania, apunta a los numerosos dilemas éticos que esta mirada genera, sumado a las oportunidades reales que hoy se abren para mejorar al sano.
En los artículos publicados en esta edición, de los doctores Francisco Cabello (doi: 10.5867/medwave.2012.06.5442); Jorge González (doi 10.5867/medwave.2012.06.5443); Fernando Novoa (doi:10.5867/medwave.2012.06.5435) y las doctoras Alvarez, Carrasco, Espinoza y Venegas (doi:10.5867/medwave.2012.06.5444), buscamos abordar desde distintas miradas los dilemas planteados. Desde el debate sobre la definición de la neurología cosmética, hasta el desafío que existe sobre el límite entre salud y enfermedad, particularmente en lo que dice relación con la existencia real del diagnóstico de déficit atencional y su eventual sobreuso. Sobre la pertinencia ética de recetar estos fármacos a personas saludables que buscan mejorar su rendimiento y las injusticias que puede generar su uso preferencial por ciertos sectores sociales, sin perder de vista una de las aristas más polémicas, como es la de los ubicuos conflictos de intereses que modelan la práctica médica contemporánea.
El autor ha completado el formulario de declaración de conflictos de intereses del ICMJE traducido al castellano por Medwave, y declara no haber recibido financiamiento para la realización del artículo/investigación; no tener relaciones financieras con organizaciones que podrían tener intereses en el artículo publicado, en los últimos tres años; y no tener otras relaciones o actividades que podrían influir sobre el artículo publicado. El formulario puede ser solicitado contactando al autor responsable
Citación: Salinas R. Cosmetic neurology. Medwave 2012 Jul;12(6):e5432 doi: 10.5867/medwave.2012.06.5432
Fecha de envío: 16/5/2012
Fecha de aceptación: 6/6/2012
Fecha de publicación: 1/7/2012
Origen: solicitado
Tipo de revisión: sin revisión por pares
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